martes, 9 de junio de 2009

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Debemos estar siempre atentos
bien pendientes
para no dejar pasar de largo
el roce tibio
que nos da la lluvia
en su primer orgasmo.

No olvidar que casi se nos viene
recordar que estamos siempre
bajo su gran ojo abierto.
Poner afuera cestos, barcos de papel
y fuego.
Correr para que sea más agua
la que nos esté cayendo
jadear con gotas en el paladar
los ojos inundados por la lluvia.

Hacernos uno:
el río que se nos desploma encima
y este cuenco miserable y seco
que y asomos
sin apenas darnos cuenta
desde las pasadas lluvias.
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